Cuenta Enrique Echeburúa (San Sebastián, 72 años), catedrático emérito de Psicología Clínica en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), que cuando se produce un suicidio, además del propio fallecido, hay otras víctimas, y no reciben el apoyo adecuado. “Lo primero es facilitar que esa familia, que ha perdido un hijo, o esa persona que ha perdido a su pareja, se desahogue, pueda comentarlo”, explica. “Lo peor es el silencio, porque muchas personas no hablan con ellos, incluso de su círculo de vecinos o sus amigos, porque no saben acercarse, y esto lleva a un aislamiento social”, continúa en una conversación por videollamada.