“Hubo un tiempo en que nos íbamos a la cama al anochecer y nos despertábamos con las gallinas”, rememora el neurocientífico Matthew Walker en su libro Por qué dormimos (Capitán Swing). Ahora, lamenta, el despertador sigue sonando al canto del gallo, pero cuando cae la noche, apenas acaba de terminar la jornada laboral y queda aún por delante un buen rato de vigilia nocturna. La “sociedad moderna”, expone Walker, ha apartado a los humanos del patrón de sueño para el que están programados genéticamente: el sueño bifásico, un período largo por la noche y uno corto durante el día: “Todos los humanos, independientemente de su cultura o de su ubicación geográfica, sufren a media tarde un declive genéticamente codificado de su estado de alerta”, defiende. Y la siesta es la respuesta natural a ese fenómeno. El neurocientífico asegura que “las sociedades que han incorporado la siesta a sus hábitos se han descrito como los lugares donde las personas se olvidan de morir. La práctica del sueño bifásico natural y una dieta saludable parecen ser las claves para una larga vida”, sentencia.