Thomas Johnson demostró hace más de tres décadas que la modificación de un solo gen —el age-1— incrementaba la vida de gusanos C. elegans hasta un 60%. Pese a la enorme distancia evolutiva que nos separa de ellos, los mecanismos útiles para la supervivencia saltan de rama en rama del árbol de la vida y se conservan en los genomas de multitud de especies, incluidos los humanos. Lo que funciona en un gusano o un ratón, o incluso en una levadura, no tiene por qué no funcionar también en nosotros. Pero los resultados manipulando la esperanza de vida de estos parientes remotos alienta la búsqueda de modificaciones genéticas en busca de una juventud menos breve.