Las diatomeas, las «Sherlock Holmes» del mundo microscópico

Por 28/11/2020 Portal

Puede parecer evidente que una persona encontrada en el agua haya muerto por ahogamiento. Sin embargo, y tal y como diría Sherlock Holmes, nada resulta más engañoso que un hecho evidente. Aquí es precisamente donde tiene mucho que decir la ciencia forense, un campo apasionante de la biología, en especial cuando se puede hacer uso de vestigios microscópicos a los que es ajeno el autor del crimen. Uno de estas trazas biológicas son las diatomeas.

Si hacemos caso al Diccionario de la Real Academia Española, una diatomea es un alga unicelular que vive en el mar, en agua dulce o en tierra húmeda, y que tiene un caparazón formado por sílice (dióxido de sílice hidratado) y una capa interna de pectina. Las cubiertas externas se denominan frústulos y suelen estar formadas por dos valvas de tamaño desigual que se disponen a modo de caja.

Actualmente se incluyen en el reino protoctista y se estima que hay entre veinte mil y dos millones de especies en nuestro planeta. Su tamaño oscila entre las veinte y las doscientas micras.

Cuando las algas mueren todo el contenido orgánico se destruye, excepto el esqueleto de sílice, que se deposita en el fondo de las aguas, allí forma, al cabo de varios siglos, grandes depósitos de algas fosilizadas conocidos como «tierra de diatomeas». Estos depósitos cumplen una doble función, por una parte, son unos excelentes insecticidas naturales, por otra, tienen una enorme riqueza en minerales y oligoelementos.

A nivel industrial tienen muchas utilidades, desde piletas de natación hasta suplemento nutricional para el ganado, pasando por cremas exfoliantes, pinturas antideslizantes o fabricación de dinamita.

Diagnóstico de asesinato por sumersión
A los forenses lo que verdaderamente les interesa es su valor como bioindicador. Esto se debe a que estos microorganismos no se alteran ni se destruyen por fenómenos cadavéricos y persisten en el cuerpo durante un tiempo muy prolongado. El diagnóstico de la muerte de sumersión –ahogamiento húmedo- se basa en datos etiológicos, anatómicos y biológicos, entre los cuales las diatomeas juegan un papel crucial.

Las diatomeas son inhaladas cuando el agua entra en el organismo, después de la hiperventilación reactiva y durante los movimientos inspiratorios agónicos.

Los fragmentos pasan a la circulación general a través de la ruptura que se produce en las paredes alveolares del pulmón y desde allí llegan hasta el hígado, el cerebro, los riñones y la médula ósea, en donde pueden ser encontradas a pesar de que el cuerpo se encuentre en avanzado estado de descomposición. Sin embargo, en aquellos casos en los que el cadáver fue arrojado al agua, las diatomeas tan sólo se depositan de forma pasiva en el aparato respiratorio y no alcanzan ningún otro órgano.

La cara B del «test de las diatomeas»
A pesar de sus muchas ventajas, la botánica forense también tiene sus limitaciones. Por una parte, están los falsos negativos, ya que la ausencia de diatomeas en el estudio del cadáver no permite excluir indefectiblemente una muerte por sumersión. Además, y esto es importante, es preciso recoger una muestra del agua donde se encontró el cadáver de forma inmediata, debido a que las algas viajan con la corriente y si la muestra se toma con retraso se podrían encontrar diatomeas que se desplazaron desde otro lugar.

Y es que, al igual que el resto de los investigadores criminales, los botánicos forenses deben preservar y documentar sus pruebas con mucho cuidado para asegurarse que sus interpretaciones sean válidas. Si la deducción lógica sigue sus cauces, al final se podrá decir aquello de «elemental, querido Watson».

M. Jara

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación.