Si profesas un fe irracional, creerás en cosas avaladas por pocas fuentes (generalmente de autoridad), que tienen cientos o miles de años de antigüedad y que son incuestionables (de hecho, cuestionarlas denota irrespetuosidad).
El problema es que casi todas nuestras ideas se sustentan en pilares de fe irracional, porque no tenemos forma de analizar si los datos son correctos o incorrectos: nos basamos en nuestra moral (o nuestro asco moral), que viene a ser lo mismo que afirmar que nos basamos en el arbitrio.
Ideas morales
Se estima que en España un 19,5% de la población ha tenido algún tipo de trastorno mental. Por consiguiente, resulta inquietante pensar en el número de creencias que han nacido de mentes enfermas, tal y como ha explicado el neurólogo David Eagleman en un libro de Michio Kaku titulado El futuro de nuestra mente:
Parece que una buena parte de los profetas, mártires y líderes de la historia padecieron epilepsia del lóbulo temporal. Pensemos en Juana de Arco, una muchacha de dieciséis años que cambió el rumbo de la Guerra de los Cien Años porque creía (y convenció de ello a los soldados franceses) que oía voces del arcángel san Miguel, santa Catalina de Alejandría, santa Margarita y san Gabriel.
La cuestión es que, dejando a un lado los movimientos religiosos, nuestro juicio (también moral) a propósito de casi toda clase de cuestiones aflora de suposiciones, prejuicios, modas, sesgos de autoridad, contagio social o, sencillamente, como forma de encajar en sociedad. No importa si hablamos el aborto, la pena de muerte, la tauromaquia, la eutanasia, la prostitución… salvo las partes de nuestros asertos que podemos medir científicamente (o al menos objetivamente), como, por ejemplo, cuán consciente puede estar una persona o no a través de instrumentos de medición, el resto es solo un posicionamiento caprichoso y antojadizo.
El valor de una idea debe medirse con una regla. Es decir, con experimentos objetivos, con evidencias. No todas las cosas pueden someterse a los rigores del método científico, ya sea porque estamos analizando cosas subjetivas. Pero no poder medir determinadas ideas de forma objetiva nos debería informar de algo también muy importante: que no tenemos forma de saber si esas ideas son buenas o malas, son mejores o peores.
Y, por tanto, son meras opiniones. Y como tal, cuidado con defenderlas con demasiado fervor… porque quizá, solo quizá, las estáis defendiendo porque son vuestra religión, o peor aún, las estáis defendiendo a pesar de que pueden demostrarse como falsas… con una simple regla.
La Epidemia de Parabrisas Mellados de Seattle de 1954 constituye un ejemplo un tanto cómico de cómo la influencia social puede afectar a lo que la gente piensa, incluso si nadie ha planeado nada. Lo podéis ver en el siguiente vídeo:
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La noticia
Las ideas que no pueden medirse con una regla solo son buenas o malas si lo acordamos como tal
fue publicada originalmente en
Xataka Ciencia
por
Sergio Parra
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