La reciente pandemia ha dejado a la gente temerosa. El temor es inevitable, como también lo es la sospecha ante la tos o el estornudo del que va en el asiento de al lado, ya sea en el cine o en el vagón de metro. Aunque haya cesado la alerta sanitaria, vamos a tardar lustros en superar los daños psicológicos del coronavirus. Todo dependerá de nuestra sensibilidad para achicar a los fantasmas del miedo. Borrar la huella no va a ser fácil. Hemos vivido sumidos en una novela distópica en la que se hace difícil pasar página.