El hígado no duele ni se queja cuando sufre. Al menos, no al principio. La enfermedad hepática crónica se gesta de forma silenciosa durante años, sin dar síntomas ni señales de alerta, avanzando discretamente aupada por el consumo de riesgo de alcohol, las infecciones por virus de la hepatitis o la enfermedad de hígado graso, asociada a obesidad y sobrepeso. Solo en estadios más avanzados, cuando la cirrosis o el cáncer hepático ya azotan a un hígado exhausto, la enfermedad hepática crónica da la cara.