La noche del 23 de marzo una lechuza campestre (Asio flammeus) que venía de los campos de Castilla sobrevoló los cielos de Kiev. Probablemente, oyera las alarmas o le sorprendiera el fogonazo de algún misil o de las defensas antiaéreas. Dos días antes hizo parada en la frontera polaca y, según el GPS que lleva en el lomo, el 24 de marzo dejó Ucrania adentrándose en territorio ruso. Tras unos días sin levantar el vuelo, al cierre de este artículo (siete de abril) ya había llegado a Kazajistán. Si los científicos que la rastrean están en lo cierto, dentro de unas semanas podría haber un plaga de topillos en las estepas de este país de Asia central. Y, con ellos, el riesgo de un brote de una enfermedad potencialmente grave para los humanos, la tularemia.