El calvario del padre de la bomba atómica

Aunque Robert Oppenheimer, el padre de la bomba atómica, fue rehabilitado por Kennedy y Johnson, vivió los últimos años de su vida con un sentimiento de amargura, sin poder olvidar las humillaciones y las campañas de descrédito que había sufrido durante el macartismo. Oppenheimer falleció en 1967 en Nueva Jersey a causa de un cáncer de garganta. Tenía 62 años. Aunque siguió investigando y dando clases, pasaba gran parte de su tiempo junto a su esposa en su retiro paradisiaco de las Islas Vírgenes. Allí se había construido una casa y navegaba con su barco por la costa, lejos del mundanal ruido. Oppenheimer fue un juguete roto que sufrió un calvario a partir de 1953 cuando el Departamento de Justicia le acusó de haber protegido a agentes comunistas infiltrados en el Proyecto Manhattan . El FBI le investigaba desde 1940 por sus afinidades con organizaciones de defensa de los derechos civiles y por sus contactos con dirigentes del Partido Comunista de Estados Unidos, al que nunca se afilió pero sí ayudó económicamente. Tuvo que testificar ante varios comités y escuchar testimonios amañados y pruebas falsas en su contra, orquestadas por el FBI. Edgar Hoover, su director, le consideraba un traidor y no desdeñó ningún medio para acabar con su carrera. En un clima de histeria, el presidente Eisenhower ordenó retirarle sus credenciales de seguridad, lo que significaba apartarle de sus responsabilidades en la Comisión de Energía Atómica, cuyo comité asesor presidía. Casi al mismo tiempo, un juez federal decidió no imputarle tras quedar demostrado que la investigación había sido manipulada y que algunos científicos habían sido presionados para denunciarle. Un físico brillante Fue una época de extraordinario sufrimiento hasta el punto de que su familia le encontró desvanecido en el lavabo tras haber tomado una sobredosis de barbitúricos. Oppenheimer estaba deprimido y angustiado por el rechazo de algunos de sus colegas y las informaciones de la prensa, que daban por sentada su culpabilidad. La realidad es que el físico era totalmente inocente y jamás había divulgado ningún secreto. Oppenheimer fue nombrado director científico del Proyecto Manhattan para desarrollar la bomba atómica en 1941. Fue propuesto para el cargo por el general Gloves, máximo responsable del programa. El FBI intentó impedir su nombramiento, pero Gloves permaneció firme. Murió sin entender el odio que había desatado en una parte de la sociedad estadounidense En ese momento, Oppenheimer, nacido en el seno de una rica familia de inmigrantes alemanes, tenía solamente 37 años, pero ya era una luminaria de la física . Daba clases en la universidad de Berkeley, pero había sido discípulo de Max Born en Alemania. Uno de sus compañeros y amigos era Paul Dirac, posterior Nobel de física. El joven científico era una persona cargada de inquietudes, que hablaba media docena de idiomas y estaba muy interesado en el hinduismo y la filosofía. Durante más de tres años, Oppenheimer trabajó de forma incansable en el desierto de Los Alamos (Nuevo México) para desarrollar la bomba. Lideraba un equipo de cientos de científicos con una gran implicación personal. Y se mostró categórico para aplacar las dudas que surgieron sobre el potencial letal de aquella nueva arma. Creía que era su forma de contribuir a la derrota del nazismo. En agosto de 1945, el presidente Truman dio la orden de arrojar las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. Oppenheimer sufrió una crisis de conciencia al constatar la muerte de cientos de miles de civiles . Fue en ese momento cuando le vinieron a la mente, según aseguró después, las palabras del texto sagrado hindú Bhagavad Gita: «Ahora me he convertido en la muerte, en el destructor de mundos». Destruido por la difamación El físico decidió entonces implicarse en la lucha por el control del armamento nuclear , alertando a la opinión pública de los peligros de estos avances que él creía que debían ser utilizados con fines pacíficos. No se recató en expresar su oposición al programa militar de desarrollo de bombas termonucleares, cien veces más potentes que las empleadas en Japón. De repente, Oppenheimer fue visto como un pacifista en un tiempo en el que la Unión Soviética se expandía en Europa y surgía la Guerra Fría. Aunque nunca se presentaron cargos penales contra él y gran parte de la comunidad científica le apoyó, Oppenheimer fue un hombre destruido por los prejuicios y la difamación. Murió sin entender el odio que había desatado en una parte de la sociedad estadounidense.