Dos aeroplanos militares cumplen la orden de transportar a un único científico a través del fin del mundo. Su nombre es Ricardo Jaña, pero todos le llaman Hielo. Por la ventanilla se contempla el yermo vacío blanco antártico al que cantó el poeta Pablo Neruda: “Allí termina todo y no termina: allí comienza todo”. El Polo Sur queda algo más allá del horizonte. Las aeronaves, de la Fuerza Aérea de Chile, vuelan de dos en dos porque abajo, escondidas bajo la nieve, hay grietas monstruosas, capaces de engullir un avión entero. El aterrizaje sobre el infinito manto helado, sin embargo, es suave y Jaña desciende con decisión por la escalerilla, escoltado por dos exploradores militares que responden a temibles nombres de combate: Inmortal y Prometeo. El investigador, con una vara de bambú en la mano, tiene una misión trascendental: buscar pistas sobre el futuro de la humanidad.