En 1948 Norbert Wiener publicaba su ‘ Cybernetics, or control and communication in the animal and the machine ‘, convirtiéndose en la figura de referencia en ese campo, hasta el punto de que, en 1951 en París, se celebraría en su honor el I Congreso Internacional de Cibernética. Invitado a la sesión inaugural, Wiener, que había terminado su libro preguntándose si «¿existirá la posibilidad de construir una máquina que juegue al ajedrez?», se encontraría con una sorpresa, un reto que le tenían preparado los organizadores: debía enfrentarse a un autómata jugador de ajedrez , a esa máquina cuya existencia había reclamado en su libro y él desconocía. Y Norbert Wiener, como el gran maestro del ajedrez Savielly Tartakower, presente también en el congreso, y como todos los que se enfrentaron con la máquina, sólo pudieron constatar una realidad: hicieran lo que hicieran, el autómata siempre les daba el jaque mate. Pero esta maravilla tecnológica que Wiener no conocía no había sido inventada por un norteamericano, ni por un francés, inglés o alemán, sino por un español, y no se presentaba en público por primera vez en 1951 en París, sino que, terminada su construcción en Madrid en 1922, se había presentado ya en el Congreso de Salamanca de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias hace ahora cien años, tal como recogía ABC en su edición de Madrid el 29 de junio de 1923. En suma, estamos ante una historia fascinante que debemos contar desde el principio, una manifestación más del genio de ese ingeniero español que ya había sido caracterizado en Francia, en las páginas de ‘Le Figaro’ en 1930, como «el más prodigioso inventor de su tiempo»: Leonardo Torres Quevedo. En efecto, completadas con notable éxito social y científico las pruebas de teledirección del bote Vizcaya en al Abra de Bilbao en presencia del Rey Alfonso XIII en septiembre de 1906, el Ministerio de Fomento creaba en febrero de 1907 el Laboratorio de Mecánica Aplicada para que Torres Quevedo desarrollase el potencial implícito en el Telekino, trascendiendo su condición de primer mando a distancia completo de la historia, re-dimensionándolo como el primer autómata electromecánico del mundo. Noticia Relacionada estandar No Matemáticos descubren la ‘camiseta’, el patrón que nunca se repite Víctor M. Manero Los expertos han buscado este polígono durante décadas De hecho, finalizadas también las pruebas de su dirigible autorrígido en 1909, y vendida la patente a la casa Astra para la comercialización de su sistema desde París, D. Leonardo podía centrar su capacidad inventiva en esta nueva tecnología electromecánica. Así, a petición de Maurice d’Ocagne, ultimaba en noviembre de 1909 un artículo para la Bibliothèque de Mathématiques Appliquées describiendo los primeros diseños de una máquina de calcular electromecánica, un nuevo proyecto, absolutamente novedoso, que se presentaría el 15 de julio de 1910 en el Congreso Científico Internacional Americano de Buenos Aires, y se publicaría en 1911 en la revista argentina ‘La Ingeniería’ y en la ‘Revista de Obras Públicas’, el órgano oficial de los Ingenieros de Caminos españoles. Haciendo uso de sus propias palabras, había presentado en Argentina, ni más ni menos, ¡en 1910!, «algunas consideraciones generales sobre los procedimientos de automatización mecánica que permiten sustituir, con frecuencia, al trabajo inteligente del obrero, el trabajo puramente mecánico de una máquina». Es más, convencido de que «es posible construir un autómata que ejecute una serie determinada de cálculos por complicados que sean, sin auxilio de operador alguno», había diseñado una máquina en la que «basta inscribir los datos para que el autómata calcule -e imprima si se quiere- los resultados», un autómata que «regule la marcha de las operaciones, sobre todo cuando esta marcha depende de los resultados que va obteniendo en sus cálculos». Torres Quevedo explicando al rey Alfonso XIII el funcionamiento del telekino en Bilbao en 1906 Terminada la estancia en Argentina, Torres Quevedo tenía clara cuál iba a ser la tarea a emprender de vuelta en España: la construcción de unas primeras máquinas a modo de «modelos de demostración», y, sobre todo, el enunciado del nuevo marco teórico-conceptual (una nueva Ciencia) necesario(a) para fundamentar las máquinas construidas con esta nueva tecnología. Este nuevo «cuerpo de doctrina» (en palabras del inventor), la Automática, tendría como objeto resolver un «problema fundamental»: «construir un autómata que tenga en cuenta todas las circunstancias que deben influir en sus operaciones» de modo que él solo sea capaz de adaptar a esas circunstancias «sus actos según reglas formuladas arbitrariamente de antemano» por su constructor. Máquina inteligente En mayo de 1911 el Ministerio autorizaba el cambio de denominación del Laboratorio de Mecánica Aplicada por el de Laboratorio de Automática y Torres Quevedo empezaba a redactar sus Ensayos de/sobre Automática. Y el 15 de junio de 1913, en el marco de la Exposición del Material Científico organizada con motivo del Congreso de Madrid de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, desde el Laboratorio de Automática se presentaba el primer ajedrecista a modo de «modelo de ensayo y demostración» de ese «cuerpo de doctrina que podría llamarse Automática» que estudiaría «las condiciones en que la automatización puede efectuarse», incluso «en la determinación de los actos del autómata» en los que «ha de intervenir la inteligencia» y que, hasta ese momento, se había pensado que sólo podía ser realizado por personas. Primer ajedrecista de Torres Quevedo Francisco González redondo En realidad, el ajedrecista juega un final de partida de rey y torre blancos contra el rey negro. La máquina analiza en cada movimiento la posición del rey que maneja el humano, «piensa» y va moviendo «inteligentemente» su torre o su rey, dentro de las reglas del ajedrez y de acuerdo con el «programa» introducido en la máquina por su constructor hasta, indefectiblemente, (si el humano no hace trampas, de las que se apercibiría y avisaría la máquina) dar el jaque mate. Con el ajedrecista quedaba demostrada de forma práctica la posibilidad de construcción y desarrollo de máquinas dotadas de inteligencia artificial. Si en el Congreso de Madrid la novedad pasó prácticamente desapercibida, no pasaría lo mismo cuando lo presentase en el Laboratorio de Mecánica de la Universidad de París en la primavera de 1914 y destacase que, con el ajedrecista, se demostraba que las máquinas podían «poseer un órgano análogo a un cerebro». Los titulares en ‘Le Matin’ (en Francia) fueron explícitos: «Un autómata que sabe jugar al ajedrez. La máquina puede realizar el trabajo cerebral del hombre». ‘The Mail and Empire’ de Toronto (en Canadá) se hacía eco de la máquina que juega al ajedrez «como un ser humano». H. Vigneron le dedicó seis páginas en ‘La Nature’ (también en Francia). Finalmente, en noviembre de 1915 ‘Scientific American Supplement’ publicaba (en EE.UU.) un artículo sobre ‘Torres y sus destacados Dispositivos Automáticos’ destacando en el subtítulo que D. Leonardo «sustituiría con máquinas a la Mente Humana». No solo pensaba, también hablaba En noviembre de 1922, a punto de cumplir los setenta años, terminaba los diseños constructivos del segundo ajedrecista, en el que, bajo su dirección, su hijo Gonzalo había introducido diferentes mejoras, especialmente de presentación, que permitían una más clara intelección de la dimensión que suponía esta aportación. En este caso, el tablero estaba situado ya en posición horizontal y, mediante electroimanes, la máquina deslizaba las piezas de unos a otros escaques. Además, el autómata no solo «pensaba», sino que ahora también «hablaba» mediante un gramófono con el que anunciaba a los espectadores los jaques y el jaque mate. Detalle del segundo ajedrecista de Torres Quevedo F. González redondo El segundo ajedrecista sería su última gran obra. Lo presentó en 1923, hace ahora cien años, en Salamanca y en París. Durante los años siguientes, mientras recibía innumerables honores y condecoraciones, y ostentaba la representación de la Ciencia española en los organismos internacionales, patentaría ya creaciones menores: mejoras en las máquinas de escribir (1923), dispositivos para la paginación marginal de libros (1926), aparatos de proyección (1930), etc. Fallecido Leonardo en 1936, sería su hijo Gonzalo quien presentase el ajedrecista en el ya mencionado I Colloque International ‘Les machines à calculer et la pensé humaine’ de París en enero de 1951, en la Exposition ‘Montres et Bijoux et Présentation International d’Automates’ de Ginebra de agosto-septiembre de 1952, y en otros encuentros donde se empezó a entender la genialidad de una mente que se había adelantado treinta años a todos los pioneros de la informática del siglo XX, tanto los teóricos de la Computación, la Cibernética y la Inteligencia Artificial como los constructores de los primeros ordenadores. MÁS INFORMACIÓN noticia No ¿Hay alguna posibilidad de pedir 11 nuggets de pollo a pesar de que las cajas son de 4, 6 y 9? noticia No Todo a la vez en todas partes: lo que las matemáticas ya sabían del multiverso Para saber más puede verse: GONZÁLEZ DE POSADA, F., GONZÁLEZ REDONDO, F. A. y HERNANDO GONZÁLEZ, A. (2021): ‘Leonardo Torres Quevedo: Pioneer of Computing, Automatics and Artificial Intelligence’. IEEE Annals of the History of Computing, 43 (3), 22-43. GONZÁLEZ DE POSADA, F. y GONZÁLEZ REDONDO, F. A. (2022): ‘La obra de Leonardo Torres Quevedo. Torrelavega: Editorial Los Cántabros. HERNANDO GONZÁLEZ, A. (1996): ‘Leonardo Torres Quevedo, precursor de la Informática. Valoración pormenorizada y contextualizada de la singularidad histórica de su obra como creador de la Automática’. Tesis Doctoral, Universidad Politécnica de Madrid. El ABCdario de las Matemáticas es una sección que surge de la colaboración con la Comisión de Divulgación de la Real Sociedad Matemática Española (RSME). SOBRE EL AUTOR Alfonso Hernando González Alfonso Hernando González es Profesor de Matemáticas en el IES Antonio Flórez y en la Universidad de Burgos. SOBRE EL AUTOR Francisco A. González Redondo Francisco A. González Redondo es Profesor Titular de Historia de la Ciencia en la UCM, investigador y divulgador científico.