Los animales extintos nos fascinan. Los animales extintos gigantes, además, nos sobrecogen. Hay fósiles de animales pequeños que son mágicos, preciosos, perfectamente conservados y fundamentales para nuestro conocimiento de la evolución de la vida en la Tierra. Pero cuando con seis años ves por primera vez en tu vida un esqueleto de diplodocus, parte de tu mundo se desmonta. Aunque no entiendes muy bien cómo, de pronto eres muy consciente de que ese bicho tan gigantesco existió. Lo inimaginable se vuelve real porque, si estiras un poco la mano, puedes tocar sus huesos.