La primera española que puso nombre a una planta

Por 19/02/2021 Portal

A finales del siglo XVIII se extendió la idea de que algunos aspectos de la naturaleza podrían ser una «fuente de placer y virtud para las mujeres». En esta línea, en 1785 en la capital francesa se publicó una serie de ciento cincuenta y cuatro volúmenes, la ‘Biblioteca universal de las damas’, diseñada expresamente para proporcionar conocimientos naturales a las mujeres.

La comunidad científica infirió que la botánica era una disciplina especialmente adecuada para el sexo femenino y que, de alguna forma, convertiría a las jóvenes en «virtuosas y pasivas».

Entre los defensores de estos postulados se encontró el mismísimo Jean J Rousseau (1712-1778), pensador francés conocido por su misoginia. Para este filósofo la botánica contribuiría a disminuir «el gusto por las diversiones frívolas, impediría el tumulto de las pasiones y proporcionaría a la mente un alimento saludable».

Linneo y el sexo de las flores
La ocasión fue aprovechada por las mujeres pertenecientes a clases adineradas para aplicarse en el estudio de las plantas de su entorno y convertirse en ávidas lectoras de Historia Natural.

En este contexto, sin embargo, surgió una publicación del naturalista Carl Linneo (1707-1778) que causó un cierto alboroto y disparidad de opiniones. El científico sueco quiso imponer un nuevo sistema de clasificación de las plantas basado en los órganos sexuales de las flores.

En su escrito utilizó todo tipo de metáforas para explicar su novedoso sistema. Allí se puede leer que los estambres se comportan como maridos y las esposas como pistilos y que «los pétalos de una flor sirven de tálamo nupcial preparado para que el desposado y la desposada puedan celebrar en su interior sus nupcias (…). Cuando el lecho está listo llega el momento en el que el esposo abraza a su amada esposa para que se le rinda».

Algunos recalcitrantes y retrógrados científicos señalaron que este tipo de metáforas no podía armonizarse con la «modestia femenina» y que, por tanto, las mujeres debían abandonar de inmediato el estudio de la botánica.

La primera planta con nombre de mujer española
Afortunadamente, este tipo de doctrinas no impidió que muchas mujeres continuaran con su actividad intelectual, entre ellas una aragonesa, Blanca Catalán de Ocón (1860-1904), considerada la primera botánica española.

Esta mujer se adentró en el campo de la ciencia gracias a su madre, una mujer instruida que se esmeró para que sus dos hijas recibieran una buena educación y brotara en ellas la curiosidad intelectual.

A una de ellas, Blanca, la encaminó en la tarea de buscar y recolectar plantas, mientras que a la otra, Clotilde, la despertó el amor por los insectos. Las dos hermanas, con la inestimable ayuda del canónigo albarracinense Bernardo Zapater quien, además de amigo y confesor familiar, era uno de los mayores eruditos en botánica de nuestro país en aquellos momentos, profundizaron en sus conocimientos durante sus interminables excursiones por la Sierra de Albarracín.

Blanca descubrió una flor a la que bautizaron en su honor como Saxifraga blanca, convirtiéndose, de esta forma, en la primera botánica española que tuvo la distinción de tener su nombre en la nomenclatura científica universal.

El término Saxifraga procede del latín y significa «romper piedras», en alusión al antiguo uso medicinal que se dio a esta planta como tratamiento de las piedras renales.

El talento de Blanca Catalán no conoció fronteras, llegó hasta Alemania en donde el prestigioso botánico Heinrich Moritz Willkomm (1821-1895), se convirtió en su principal valedor, al tiempo que mantuvo con ella una fluida correspondencia.

Desgraciadamente en estos momentos son necesarias iniciativas como la del cabildo de Teruel para sacarla del rincón de los olvidados y devolverla al lugar que la corresponde por méritos propios.

M. Jara

Pedro Gargantilla es médico internista del Hospital de El Escorial (Madrid) y autor de varios libros de divulgación