Primero vino la superluna. Luego llegaron la luna roja, la rosa, la luna de sangre, la de sangre superazul, la luna roja azul superluna, la extra superluna y la super brillante, por mencionar algunas. Soy una ferviente partidaria de la no proliferación de adjetivos inútiles cuando hablamos de eventos astronómicos. Primero, porque no son necesarios y, segundo, porque confunden. Así que, desde aquí, hago un humilde llamamiento a la calma. Despojemos a nuestro satélite de epítetos porque, lo que a simple vista puede parecer una mera descripción de cualidades, esconde en realidad un fenómeno más complejo que tiene sus raíces en la fascinación que las creencias populares siguen ejerciendo en nuestras sociedades, y en la cultura del click que fomentan algunos medios.