Cuando Alberto Durero sintió el bocado de la melancolía se fue en busca de una ballena varada en Zelanda (Países Bajos). Pero no llegó a verla. La ballena fue devuelta al mar antes de que Durero apareciese y luego no fue capaz, o no quiso, pintar la ballena de oídas, como dicen que hizo cuando escuchó la historia del rinoceronte indio cuya figura ha quedado grabada para los restos en la memoria sentimental de la historia del arte.