Hace ahora una semana, cuando Putin hizo temblar el tablero de la guerra, cruzamos los dedos, como si con este gesto pudiésemos evitar el desastre. Bien mirado, lo de cruzar los dedos no deja de ser un acto reflejo, una acción involuntaria condicionada por una creencia carente de toda lógica, y que adquiere una dimensión esotérica cuando tratamos de evitar desgracias.